Cuando sale un millón de personas a la calle reunidos por una reivindicación uno puede pensar que es un triunfo, fruto de algo que se mueve en una misma dirección como parte de un sentimiento mucho más abundante que las piernas que pisan el asfalto. Sin embargo una reflexión viene a la cabeza cuando esta expresión es bendecida por la élite política que reprime a ese mismo pueblo en otras ocasiones. Ya que es el mismo interlocutor el que hace caso omiso cuando miles de voces gritan al unísono que detengan la sangría política social y económica, escudándose en legitimaciones forzadas y en el mantra de la inevitabilidad.
La cortina de humo, ha sido siempre uno de los recursos mas recurrentes por su eficacia, por parte de la clase dirigente. Dirigir la atención fuera del foco de interés, marear al ciudadano es ya una suerte de arte del trilero gubernamental; y como mayor es aquello que se quiere ocultar, mas grande es el velo que se debe poner.
Pocos son los partidos políticos que han podido resistir en el poder, una vez han iniciado el camino neoliberal del estrangulamiento social. Es ahí donde aparece la búsqueda de estrategias que les permitan seguir con su labor, y una de las maneras es abonarse al reino de la pasión; apelando al sentimiento se puede relegar mas fácilmente la razón. Para ello no hay mejor aliado que un enemigo en la misma tesitura con quien crear bandos necesarios para establecer los ríos de exaltación suficiente para despistar el auténtico motivo de preocupación.
Todo esto no significa que no exista un sentimiento fuerte hacia una identidad nacional, se ésta la que sea. Aún así, cuando el poder usa este sentimiento para minimizar todos los demás conflictos y para generar ilusión de empoderamiento ciudadano limitado solamente a la agenda marcada desde arriba, este proceso puede llegar a ser tramposo.
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