La indignación expresada en las plazas de Tahrir, Syntagma, Zuccotti o Catalunya no es mera cólera ante la injusticia, sino pasión constituyente, y va en sentido contrario a la atomización que nos impone el neoliberalismo.
No hay pues que hacer una lectura despolitizada del movimiento y de las luchas contemporáneas que se quede sólo en la dimensión moral de la indignación. Ésta da lugar a una rebelión política: es una indignación favorable a la justicia social, a un cambio social en un sentido igualitario y democratizador. No es una indignación desesperada. No es un golpe de ira frustrada sin perspectiva de salida. Al contrario, es una indignación esperanzada que empuja a la movilización y lleva consigo las ganas de vencer. Es una indignación que se basa en la confianza colectiva en un nosotros dispuesto a construir otro futuro.