Texto de Bru Aguiló
La realidad socioeconómica en Barcelona es violentamente dramática. Partiendo de las desigualdades de clase nos encontramos con una ciudad donde hay gran variedad de renta y esperanza de vida según barrios; con una Ordenanza del Civismo que tiene fundamentos higienistas aprobada en el 2006, que monopoliza y fiscaliza el uso del espacio urbano, público, popular. Público y popular, qué gran oxímoron. Si es público es estatal, y si es estatal no es popular. Vivimos en una ciudad con procesos galopantes de gentrificación.
Envejecimiento y longevización de la población, desigualdad y guetización, mercantilización y prostitución cultural, control social y disputa del espacio urbano, intereses públicos, intereses privados y puertas giratorias.
En los barrios con más esperanza de vida, con más renta disponible y con mejores niveles de salud hay también mayores cifras de índices de enseñanza. Con la crisis económica se triplica la población con rentas muy bajas, del 4,1% en el 2007 al 15,5% en el 2014. Los barrios con rentas medias ya no son ni la mitad de los 73 que hay en Barcelona. ¿Seguimos hablando simplemente de ciudadanismo, o empezamos a hablar de clases y de violencia estructural? A algunas, o muchas, les va la vida digna en ello.
La violencia la ejerce aquella gente que condena a otra a vivir una vida de miseria. Que aboca a la precariedad laboral perpetua, a no tener tiempo para respirar ni tiempo para pasar con aquellas a quien se quiere si es que se tienen, a no tener derecho a tener un vida digna.
La lentitud y el escaparate de supuesta densidad de la política institucional es una violenta agresión directa y cotidiana contra las invisibles y las personas desposeídas. Signos. Signos ante los cuales la reacción común es la indiferencia, verlas y girar la cabeza, convertirlas en humo, en algo molesto del paisaje urbano; actitudes que son igual de violentas y cómplices.
Bienvenidos a una de las caras del paisaje urbano neoliberal del siglo XXI.