Desde hace años, Barcelona implementa un modelo de ciudad que arrincona a aquellos que no entran en el paradigma triunfalista de la prosperidad y la modernidad europeizada. El máximo exponente de este discurso es el barrio del 22@. Una zona de la ciudad construida sobre el antiguo barrio industrial del Poblenou, situado en el margen norte de la ciudad, y que se ha convertido en la gran esperanza consistorial para implementar sus areas de negocio. En este espacio se encontraba la Nave.
La Nave era el hogar de unas 300 personas aproximadamente, de diferentes edades y nacionalidades; donde vivían extranjeros subsaharianos, rumanos, suramericanos o magrebíes, con o sin papeles. También españoles. Muchos de ellos con una historia común: hasta hace unos pocos años o meses tenían casa y trabajo. El trabajo se terminó y no pudieron permanecer en sus hogares, el sistema los arrincó llevándolos a la marginación social, así que hicieron lo poco que podían hacer, se autorganizaron. Encontraron un techo, acondicionaron como pudieron un espacio propio, acogieron a todo aquél que estaba en su misma situación, y aunque a muchos no les gustaba el lugar, allí se estaba mejor que en la calle. Consiguieron mayor seguridad, posibilidades de sobrevivir, recogiendo chatarra para venderla a los mayoristas del reciclaje del metal. Consiguieron también, cierto sentimiento de comunidad. En la Nave se crearon sus propias infraestructuras, bares para abastecer, a precios razonables, de comida a la comunidad, almacenes donde acumular la chatarra, y que representan prácticamente el único sustento para la mayoría de los habitantes del lugar vertebrando en gran medida la vida de la Nave.
A toda esta lucha por seguir respirando, sin permiso, se le añadió en Julio de 2012 la lucha por poder permanecer en lo que desde hacía dos años era su casa. A causa de la denuncia de la familia Iglesias Baciana, propietaria de los terrenos y de una empresa inmobiliaria, se decretó un desalojo policial previsto para el 16 de Julio del mismo año. Se dió, además, la paradoja que la familia de propietarios que se negó a negociar, posee también la Fundación Maite Iglesias Baciana, para la ayuda a mujeres jóvenes que viven en la pobreza en distintas partes del mundo, entre ellas África. Finalmente, la presión social y el trabajo de los abogados de La Nave lograron frenar el primer intento de desalojo.
Sin embargo, un año más tarde la propiedad volvió a presentar una nueva denuncia y esta vez los tribunales de Barcelona fallaron en favor de la propiedad. Desde ese momento, los habitantes de La Nave, junto con diferentes agentes del tejido social de la ciudad, denunciaron la vulnerabilidad extrema en la que quedarían más de 300 personas; sin trabajo, ni hogar, y muchos de ellos con una situación administrativa irregular en España, lo que hace imposible, enconrar un trabajo, una vivienda, el acceso a la sanidad además de quedar vulnerables a la persecución de la policía de extranjería.
El Ayuntamiento barcelonés reaccionó a la presencia que empezó a tener el tema en los medios de comunicación y prometió que si los habitantes colaboraban en el desalojo de su hogar se les daría un techo provisional durante un mes así como programas de inserción laboral e informes favorables que facilitaran el acceso a los “papeles” para todos los habitantes de La Nave.
Después del desalojo del 24 de julio, ninguna de las promesas se ha cumplido todavía. Si bien es verdad que a algunas de las personas desalojadas se les asignó pensiones, lo que no significa la llave de las habitaciones, y a otras se las realojó en albergues con hora de entrada y salida obligatorias ninguno de ellos siente que el consistorio haya cumplido su parte del trato. Especialmente escandaloso fue el hecho de que ninguno de los realojados tuviera en su nuevo techo provisional, acceso a una cocina, hecho que vuelve el problema de la alimentación muy caro y complicado.
En respuesta a esta sensación de abandono y de haber sido engañados, los habitantes de la Nave decidieron encerrarse en una iglesia de su antiguo barrio con la intención de visibilizar su lucha y presionar al gobierno municipal. Después de 3 días de encierro, recibieron más promesas de mejora y decidieron abandonar el encierro, que cada vez se hacía más difícil de sostener, entre otros motivos porque no contó con el apoyo amplio y activo de movimientos sociales de la ciudad, salvo algunas excepciones.
Hoy en día los antiguos habitantes de La Nave siguen con los mismos problemas que tenían la madrugada en que fueron desalojados y sobreviven como pueden pero sin el ropaje que implicaba la infraestructura y el concepto de comunidad que ofrecía La Nave. Sin embargo, la lucha por unos derechos y subsistencia de mínimos, ha hecho aflorar problemas mucho más profundos y estructurales en relación a la migración y la relación de la Vieja Europa con los migrantes. Muchos habitantes de La Nave empiezan a poner sobre la mesa sus reivindicaciones como ciudadanos de pleno derecho en la sociedad.
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